martes, 7 de marzo de 2017

La Cabeza de Dios



“Nápoles es un bullicio,un caos de sangre que palpita,lluvia perpetuaque arrastra todos los silencios y cuando te alejas de ellaalgo tuyo e íntimo se queda”.

    Así empezó el partido que jugaron anoche, en San Paolo, Nápoles y Real Madrid. Entre bullicio, un caos de sangre napolitana palpitando a borbotones en las rabiosas gradas, lluvia, amenazas, esquelas, ruidos, intimidación. Así salió el Madrid a intentar llevarse una eliminatoria que estaba casi en la buchaca. Eso sí, por si el recibimiento fuese demasiado laxo, salió el Madrid con ocho jugadores. Por estas cosas los enemigos acusan de prepotencia al equipo blanco. Por mirar fijamente al sol sin protección uVe. Por caminar descalzo entre brasas. Zidane, que tiene las mismas dosis de terquedad y chovinismo que de suerte, volvió a apostar por la BBC. Cuando se dice que Zidane maneja bien el grupo se entiende  que maneja bien la BBC. Me cuesta creer que los demás jugadores que rinden por encima de la delantera titular de Zidane se vayan contentos a casa.  Pensarán que se está cometiendo una injusticia con ellos. Y así es. Se es injusto cuando un jugador rinde más y mejor que otro y, a pesar de ello, mantienes inexpugnable al que no está al nivel requerido. 
    Con todo esto, la primera parte del Madrid fue de infarto. Como las partes finales de muchos de los últimos partidos que han hecho más leyenda a este club. Excepto un balón al poste de Ronaldo, el Nápoles empujó al Madrid contra su área hasta quitarle el balón y algo más. Le quitó el ritmo, las ganas de ganar luchando. El equipo de la BBC sin la BBC, aunque con ésta en el campo, no era capaz de tocar el balón dos veces seguidas. San Paolo y, sobre todo, los jugadores del equipo italiano, comenzaron a creer en la remontada. El Vesubio en erupción y el Madrid en manga corta. Y con ocho. 
Zidane pedía, desde la banda, que saliera el equipo de la cueva en la que el Nápoles le tenía cautivo. Pudo haber previsto el francés, por su experiencia, que lo habitual en Copa de Europa es jugar la vuelta de cada eliminatoria, y más si el contrario ve tierra a lo lejos, bajo una presión asfixiante e intimidatoria que, a fuerza de entrenamientos, puede ser superada. La presión se trabaja, se sale de ella y se convierte en contras que dejan las eliminatorias resueltas en los primeros veinte minutos de la primera parte. Véase José Mourinho. 
    Seguía el Madrid sin ideas, sin plan, sin director, sin la BBC y con un gol en contra que hacía que los aficionados madridistas se fueran al cajón del armario en busca del pasamontañas para pasar desapercibidos unos cuantos días. 
    La segunda parte tenía que ser de otra forma o el actual campeón tendría que apostar todo a La Liga. A los cinco minutos de la reanudación y cuando los aficionados madridistas con más fe se ataron el rosario entre las manos, como en Lisboa, como en Milán, como en Munich, como en Noruega, a la salida de un saque de esquina “Made in Kroos”, apareció “La Cabeza de Dios”. Una vez más. Con el alma. Con todo. Sergio Ramos de nuevo. Y ya van…
    El Vesubio ahogado, San Paolo silenciado y el Nápoles agotado de darlo todo en una primera parte que sacó los colores al campeón del mundo. A los seis minutos del primer gol del Madrid, de nuevo Él. “La Cabeza de Dios”. Y ya van… La UEFA, como si el ridículo que hace continuamente fuera poco, no le dio el gol a Ramos por ser desviado levemente el remate por Mertens. Está claro, lo que es de Dios es de Dios.       

   Un gol más de Morata en el noventa, sirvió para cerrar el partido y meter al Madrid en cuartos pero no le servirá al delantero para sentirse justamente tratado.